jueves, 29 de abril de 2010

Terra Sur en el Fin del Mundo

Desembarcar en el Cabo de Hornos es desafiar los “cincuenta furiosos”, esos vientos que soplan sin tierra firme que los detenga más allá de la latitud 50º de la tierra. Es quedar de cara a la Antártida, en medio de esa fuerza contenida por el encuentro de los océanos Atlántico y Pacífico.
Poner un pie en la última isla de América, en las costas del Mar de que lleva el nombre del pirata Drake, es un homenaje para los más de ochocientos barcos y diez mil marineros devorados por sus fauces hambrientas.
Cuenta la leyenda que el marinero que lograba rodear el cabo de Hornos recibía como condecoración un arete de oro en su oreja izquierda (el lado por donde se enfrenta al Cabo en el viaje hacia el este) y se le permitía cenar con un pie sobre la mesa. Aun nos falta cruzar el cabo de Buena Esperanza, para poder colocar arriba ambos pies durante las comidas.

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